domingo, 18 de noviembre de 2012

El método socrático para hacer alcanzar a los demás el conocimiento: ironía, refutación y mayéutica

EL MÉTODO SOCRÁTICO PARA HACER ALCANZAR A LOS DEMÁS EL CONOCIMIENTO: IRONÍA, REFUTACIÓN Y MAYÉUTICA
por
Peredur

Para liberar a sus conciudadanos de la ignorancia fundada en el exceso de autoestima intelectual, ignorancia ésta que les impedía conocer con propiedad, Sócrates solía seguir en sus conversaciones una serie de pasos en los que podemos descubrir un método filosófico estructurado en dos tiempos: refutación y mayéutica. Hemos de advertir, sin embargo, que no se trata éste de un método en el sentido estricto o moderno, es decir, a la manera, por ejemplo, del método filosófico de Descartes.

Ironía y refutación.

El primer paso del método socrático consistía en liberar a sus interlocutores del exceso de autoestima intelectual, el cual les impedía conocer nada con propiedad. Para ello, Sócrates empleaba dos instrumentos fundamentales: la ironía y la refutación. La ironía, pues Sócrates se servía de ésta para evitar contestar cualquier pregunta que se le planteara, obligando con ello a que fuera su propio interlocutor el que la respondiera. Y la refutación, pues una vez que su oponente se disponía a contestar a la pregunta que él mismo planteara, Sócrates ─a la manera del pez torpedo que paraliza a sus presas con descargas eléctricas─ le iba interrogando y acorralando progresivamente hasta hacerle ver las contradicciones a las que conducía su propio discurso. Desconcertado y avergonzado, su interlocutor debía entonces admitir su ignorancia públicamente, pues sólo así, liberado ya de todo error, estaría preparado para engendrar por sí mismo el verdadero conocimiento.

La mayéutica.

Una vez que su oponente e interlocutor admitía estar equivocado, Sócrates continuaba interrogándole hasta que éste, por sí mismo, descubría la verdad sobre aquello que antes creía saber y que realmente ignoraba. Según el propio Sócrates, este arte de “hacer parir” (mayéutica) a otros el conocimiento de lo verdadero lo había heredado de su madre, que había sido comadrona, aunque él no lo empleaba con los cuerpos, sino con las almas.

Textos
«Trasímaco: ─¿Qué clase de idiotez hace presa de vosotros desde hace rato, Sócrates? ¿Y qué juego de tontos hacéis uno con otro con eso de devolveros cumplidos entre vosotros mismos? Si realmente quieres saber lo que es justo, no preguntes solamente ni te envanezcas refutando cuando se te responde, sabedor de que es más fácil preguntar que responder, sino responde tú mismo y di qué es para ti lo justo. [...].
Sócrates: ─No seas duro con nosotros, Trasímaco, pues tanto Polemarco como yo, si erramos en el examen de estas cuestiones, has de saber que erramos sin quererlo. Pues si estuviéramos buscando oro, no creas que querríamos hacernos cumplidos el uno al otro en la búsqueda, echando a perder su hallazgo; menos aún, buscando la justicia, cosa de mucho mayor valor que el oro, nos haríamos concesiones el uno al otro, insensatamente, sin esforzarnos al máximo en hacerla aparecer. Así es mucho más probable que seamos compadecidos por vosotros, los hábiles, en lugar de ser maltratados. [...].
Trasímaco: ─¡Por Hércules! Esta no es sino la habitual ironía de Sócrates, y yo ya predije a los presentes que no estarías dispuesto a responder, y que, si alguien te preguntaba algo, harías como que no sabes, o cualquier otra cosa, antes que responder»; Platón, República, I, 336c-337a.
«Extranjero: ─Me parece ver una forma de ignorancia muy grande, difícil y temida [...].
Teeteto: ─¿Cual es? 
Extranjero: ─Creer saber, cuando no se sabe nada. Mucho me temo que ésta sea la causa de todos los errores que comete nuestro pensamiento. 
Teeteto: ─Es verdad. 
Extranjero: ─Y creo que sólo a esta forma de ignorancia le corresponde el nombre de ausencia de conocimiento. [...] hay quienes, después de reflexionar consigo mismos, llegaron a la conclusión de que toda falta de conocimiento es involuntaria y de que quienes creen ser sabios respecto de algo, no querrán aprender nada sobre ello. 
Teeteto: ─Y tienen razón. 
Extranjero: ─Así, para rechazar esta opinión, [...] interrogan primero sobre aquello que alguien cree que dice, cuando en realidad no dice nada. Luego cuestionan fácilmente las opiniones de los así desorientados, y después de sistematizar los argumentos, los confrontan unos con otros y muestran que, respecto de las mismas cosas, y al mismo tiempo, sostienen afirmaciones contrarias. Al ver esto, los cuestionados se encolerizan contra sí mismos y se calman frente a los otros. Gracias a este procedimiento, se liberan de todas las grandes y sólidas opiniones que tienen sobre sí mismos [...]. En efecto, estimado joven, quienes así purifican piensan, al igual que los médicos, que el cuerpo no podrá beneficiarse del alimento que recibe hasta que no haya expulsado de sí aquello que lo indispone; y lo mismo ocurre con respecto del alma: ella no podrá aprovechar los conocimientos recibidos hasta que el refutador consiga que quien ha sido refutado se avergüence, eliminando así las opiniones que impiden los conocimientos, y muestre que ella está purificada, consciente de que conoce sólo aquello que sabe, y nada más»; Platón, Sofista, 229c-230d. 
«Sócrates: ─[...] ¿es que no has oído que soy hijo de una excelente y vigorosa partera llamada Fenáreta?
Teeteto: ─Sí, eso ya lo he oído. 
Sócrates: ─¿Y no has oído también que practico el mismo arte? [...] Ten en cuenta lo que pasa con las parteras en general y entenderás fácilmente lo que quiero decir. Tú sabes que ninguna partera asiste a otras mujeres cuando ella misma está embarazada y puede dar a luz, sino cuando ya es incapaz de ello. [...] Mi arte de partear tiene las mismas características que el de ellas, pero se diferencia en el hecho de que asiste a los hombres y no a las mujeres, y examina las almas de los que dan a luz, pero no sus cuerpos. [...] Eso es así porque tengo, igualmente, en común con las parteras esta característica: que soy estéril en sabiduría. Muchos, en efecto, me reprochan que siempre pregunto a otros y yo mismo nunca doy ninguna respuesta acerca de nada por mi falta de sabiduría, y es, efectivamente, un justo reproche. La causa de ello es que el dios me obliga a asistir a otros pero a mí me impide engendrar. Así es que no soy sabio en absoluto, ni he logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi propia alma. Sin embargo, los que tienen trato conmigo, aunque parecen algunos muy ignorantes al principio, en cuanto avanza nuestra relación, todos hacen admirables progresos [...]. Y es evidente que no aprenden nunca nada de mí, pues son ellos mismos y por sí mismos los que descubren y engendran muchos bellos pensamientos»; Platón, Teeteto, 149a-150d.
Sócrates prácticando la mayéutica con Súper López y un grupo de atenienses.

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