lunes, 2 de abril de 2012

Yayāti, su hija Mādhavī y sus cuatro nietos

YAYĀTI, SU HIJA MĀDHAVĪ Y SUS CUATRO NIETOS
por
Peredur

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Sometido a las modificaciones propias de otra cultura la hindúy de otro tiempo medio milenio a. C., el mismo esquema que ya trazáramos sobre el relato del matrimonio regio entre Medb y Ailill puede ser reconocido en una de las historias recogidas en el Mahābhārata: aquella que en el quinto canto narra las peripecias matrimoniales de la princesa Mādhavī. Resumimos a continuación lo esencial de esta historia, para lo cual seguiremos en lo que sigue el segundo volumen de Mythe et Epopée de Georges Dumézil.

Gālava es un agradecido discípulo que debe ofrecer a su maestro espiritual, el brahmán y katriya Viśvāmitra, un presente por las enseñanzas recibidas durante años. Desafortunadamente, su impaciencia le juega un mala pasada, pues al preguntar repetidamente al brahmán qué desea como compensación por compartir con él su sabiduría, éste, molesto por la insistencia de su discípulo, exige que se le entreguen 800 caballos de una belleza tal que sólo los caballos de los dioses podrían poseer. Acompañado por el pájaro celeste Garua montura del dios Viṣṇu, Gālava inicia la búsqueda de tan preciados ejemplares, hasta que en el transcurso de la misma finalmente comprende que para comprarlos serían necesarias riquezas que se encuentran completamente fuera de sus posibilidades. Como única salida, decide entonces acudir al rey Yayāti, amigo de Garua, y solicitar de él los caballos como limosna. Tras reflexionarlo detenidamente, y aunque él mismo no posee caballos así, Yayāti acepta ayudarles. Tiene éste una hija excepcionalmente bella y virtuosa cuya mano no dejan de solicitar los dioses. A cambio de ella cualquier príncipe estaría dispuesto a entregar 800 caballos como los que necesita Gālava, y aun reinos enteros.
«Tómala insta a Gālava; toma a mi hija Mādhavī. Mi único deseo es tener nietos de ella»; [Mahābhārata, V, 118, 3929-3930].
Sin la compañía de Garua, el cual ya ha cumplido su misión, Gālava conduce entonces a Mādhavī a la corte del rey Haryaśva, que no lograba tener descendencia, y le plantea a éste su oferta:
«Esta joven de mi propiedad, Indra de los reyes, está dotada para aumentar los linajes mediante sus partos. Tómala por esposa, Haryaśva, y paga su precio. Te diré a cuánto asciende, y tú decidirás»; [Mahābhārata, V, 113, 3936-3937].
Tras examinar a la muchacha, Haryaśva se muestra conforme. Sin embargo, a la hora de pagar su precio, éste sólo dispone de 200 caballos de la clase que Gālava desea. Como es natural, esta circunstancia imposibilita el acuerdo. Pero entonces, cuando todo parece perdido, Mādhavī toma la palabra:
«Un brahmán dijome ha otorgado el privilegio de volver a ser virgen cada vez que haya dado a luz. Así pues, dame a este rey y toma sus excelentes caballos. Yo completaré el número de tus ochocientos caballos con cuatro reyes, a los cuales daré cuatro hijos, uno a cada uno. Adquiere así, ¡oh el mejor de los brahamanes!, el total de lo que tienes que pagar a tu guru»; [Mahābhārata, V, 114, 3949-3950].
Dicho y hecho, Gālava entrega sucesivamente la muchacha a tres reyes Haryaśva, Divodāsa y Bhojaque hasta entonces habían sido incapaces de tener descendencia, y éstos, tras engendrar un hijo varón en Mādhavī, se la devuelven nuevamente virgen.

Como resultado de estas uniones, Gālava logra reunir 600 de los 800 caballos que debe entregar al que fuera su maestro, el brahmán y rey Viśvāmitra. Sólo necesita casar a Mādhavī una última vez y con ello sus desventuras habrán llegado a su fin. En ese momento, sin embargo, reaparece el pájaro celeste Garua, el cual comunica a su amigo una noticia que no ha de gustar a éste. Los caballos que Gālava persigue habían sido traídos a este mundo desde el país del dios Varuna en número de 1000. Desgraciadamente, 400 de ellos encontraron la muerte cuando su dueño los trasladaba a sus tierras. En consecuencia, Gālava ya posee todos los caballos de esa clase que un hombre podría llegar a tener. A pesar de ello, Garua advierte a éste de la existencia de una última opción, a saber, ofrecer la princesa a Viśvāmitra como compensación por los 200 caballos que no podrá pagarle, de tal suerte que éste acepte engendrar en ella su propio hijo. A un paso de la desesperación, Gālava recibe las palabras de su amigo con entusiasmo. Finalmente, Viśvāmitra acepta gustoso el ofrecimiento de su discípulo y de su unión con Mādhavī nace el cuarto y último nieto de Yayāti.

Como puede apreciarse, la historia de Mādhavī es suficientemente nítida: «dotada para aumentar los linajes mediante sus partos», la princesa hindú representa y transmite la fertilidad llevándola allí donde ésta brillaba hasta entonces por su ausencia. De no haberse unido con ella, difícilmente los reyes Haryaśva, Divodāsa y Bhoja habrían logrado tener descendencia. Además, las cuatro veces que Mādhavī es entregada en matrimonio a sus pretendientes ella asegura el linaje real de sus maridos dando a luz cuatro hijos varones llamados a convertirse en soberanos ejemplares. En tal caso, al igual que sucediera con la reina Medb en la Táin, lo que Mādhavī transmite a los reyes con los que contrae matrimonio no es tanto la soberanía real como la fertilidad. Tal parece ser, de hecho, el significado simbólico de la capacidad de este personaje para recuperar la virginidad tras cada parto, lo cual se encuentra en perfecto acuerdo con la disposición cíclica de la naturaleza. Cabe, pues, reconocer en Mādhavī y sus cuatro matrimonios el correlato mítico de la naturaleza sacralizada que cíclicamente habría de transmitir la fertilidad a la sociedad de los hombres bajo la condición de que ésta demostrara poseer la suficiente excelencia moral.

Con esto damos por finalizada la descripción en el escenario hindú del primero de los dos sentidos direccionales del intercambio naturaleza-sociedad. Cómo ilustra el Mahābhārata este mismo intercambio en su sentido inverso aquel que se desplaza desde la sociedad hacia la naturalezaes justamente lo que nos proponemos mostrar a continuación.

Retomando el resumen que veníamos realizando allí donde lo dejamos, cuando Mādhavī hubo dado a luz a sus cuatro retoños, Gālava le dirigió a ésta las siguientes palabras:
«Ha nacido de ti un hijo dueño de los dones, un segundo hijo que es un héroe, otro que está consagrado a la justicia y a la verdad, y otro, por último, sacrificador»; [Mahābhārata, V, 117, 4023].
No es difícil localizar en esta descripción la presencia de las tres funciones indoeuropeas. Del primero de sus hijos, llamadoVasumanas, el texto del Mahābhārata dice de él que llegó a ser un soberano dispensador de riquezas; de Pratardana, el segundo, incide en su condición guerrera; y de los dos últimos, Śibi y Aṣṭaka, resalta respectivamente la veracidad y justicia de su palabra y su predisposición para el culto. Generosidad, valentía e imparcialidad parecen, pues, constituir las virtudes morales de los cuatro hijos de Mādhavī, virtudes todas ellas heredadas de sus padres y absolutamente necesarias para el perfecto funcionamiento de las tres clases y funciones sociales. Únicamente Aṣṭaka parace incumplir este tríptico, mas sólo en apariencia, pues la imparcialidad fue siempre considerada por los pueblos indoeuropeos como un atributo igualmente imprescindible tanto para los jueces como para los sacerdortes. En todo caso, aunque la aparición de estas tres virtudes en el poema épico hindú se encuentra indudablemente relacionada con la representación alegórica de la excelencia moral, aún queda por mostrar de qué manera se incluye ésta en el esquema del intercambio que aquí nos ocupa. Ciertamente, Mādhavī no exige de sus maridos como hace Medbque éstos concurran al matrimonio imbuidos de excelencia moral. En último término, sin embargo, no cabe duda de que ambos relatos reproducen el mismo intercambio simbólico entre la naturaleza sagrada y la sociedad y cultura humanas. Para dar cuenta de este hecho sólo se precisa de la introducción de un nuevo término en nuestro esquema: el también rey Yayāti, padre de Mādhavī.

Según cuenta el poema, Yayāti residía con los dioses en la morada celestial. Su excelencia moral le permitía ser reconocido por éstos como un igual. Cierto día, sin embargo, el orgullo hizo presa de él. Su error consistió en reconocer lo excepcional de su situación, lo cual le llevó a despreciar a los demás, inclusive a los propios dioses. Esta falta le supuso su caída y regreso al mundo terrenal. Mas cuando descendía desde lo alto, su olfato le reveló el lugar en el que en ese momento se estaba celebrando en la tierra un sacrificio ritual en honor de las divinidades, lo que le permitió orientar su descenso hacia el encuentro de hombres tan piadosos. Casualmente, éstos resultan ser sus cuatro nietos, los cuales no dudan en ofrecer al desconocido que tienen delante la transferencia de sus virtudes con objeto de que éste recupere su lugar entre los dioses:
«Todo lo que he obtenido en el mundo por mi conducta sin mancha hacia los hombres de todas las clases [comienza por decir Vasumanas], te lo doy: ¡que todo sea de tu propiedad! El mérito que produce el don [la limosna], así como el de la paciencia [...], y generalmente todos los méritos que he adquirido, ¡que sean de tu propiedad!»; [Mahābhārata, V, 120, 4081-4083].
«Todo lo que, siempre fiel al deber, siempre ardiente en el combate [...], he obtenido en el mundo en las filas de los guerreros [continúa Pratardana], el mérito que va unido al nombre de héroe, ¡que eso sea de tu propiedad!»; [Mahābhārata, V, 120, 4083-4085].
«Ni entre los niños ni entre las mujeres [le sigue Śibi], ni por bromear, ni en los combates, caídas, calamidades, ni en el juego de dados, nunca dije ninguna mentira en el pasado [...]: por esta veracidad, ¡vete al cielo! Esta veracidad por la que yo he gozado de Dharma, de Agni y de Indra, por esta veracidad, ¡vete al cielo!»; [Mahābhārata, V, 120, 4085-4089].
«Yo he ofrecido cientos de sacrificios [afirma por último Aṣṭaka] [...]: ¡recíbelos como mérito tuyo! Joyas, riquezas, telas preciosas, nada he escatimado [...] como precio de mis sacrificios; por esta verdad ¡vete al cielo!»; [Mahābhārata, V, 120, 4089-4092].
En definitiva, Yayāti recibe de sus nietos lo que su hija había ganado antaño para él: a saber, la generosidad, la valentía y la imparcialidad que conjuntamente constituyen la excelencia moral. De ahí las palabras que Yayāti dirigió a Gālava cuando éste acudió a él en busca de ayuda: «toma a mi hija Mādhavī», le dijo. «Mi único deseo es tener nietos de ella» [Mahābhārata, V, 118, 3929-3930]; nietos que con el paso de los años habrían de permitir al anciano rey restablecer la armonía que hasta el día de su caída había mantenido con los dioses. No fue, pues, para sí misma para quien Mādhavī hubo de adquirir a través de sus matrimonios las tres virtudes regias, sino para su padre, el gran rey Yayāti (fig. 4).

Por último, si sustituimos a continuación cada significante por su correspondiente significado simbólico, el esquema final resultante no deja lugar a dudas; se trataría exactamente de la misma estructura que descubrimos en la Táin, aunque en esta ocasión desdoblada, o lo que es lo mismo, doblemente reforzada (fig. 5; comiéncese su lectura a partir del asterisco “ * ” inserto en la flecha).


En definitiva, y para concluir nuestro análisis, diremos finalmente que la unión simbólica entre la naturaleza y la sociedad debe ser interpretada como un proceso de mutua integración en el que cada uno de estos polos o extremos lo sagrado y lo profanohabría de transferir a su opuesto y complementario parte de la significación que le es propia, favoreciendo así la construcción de cada identidad por medio de la oposición. La justificación de los valores y normas sociales se realizaría, en tal caso, desde la naturaleza sacralizada, y ésta, a su vez, sólo sería accesible e inteligible a partir de esos mismos valores y normas sociales. Desprovistas en origen de instrumentos eficaces con los que fijar su tradición, elementos éstos como la escritura alfabéticaabsolutamente imprescindibles para la aparición del pensamiento filosófico y científico, las sociedades no alfabetizadas se servirían así de los mitos para asegurar su propia cohesión social y, de paso, para satisfacer sus necesidades intelectuales y existenciales.

Leer más:
Georges Dumézil, Mito y epopeya. II. Tipos épicos indoeuropeos: un héroe, un brujo, un rey.

3 comentarios:

  1. Me gustó mucho esta entrada, Peredur. No conocía el mito, así que muchas gracias.
    Por cierto, la entrada sobre Tolkien, las Eddas y la mitología celta se retrasará, porque ando apurada con exámenes y pronto tendré la PAU... Pero la haré, supongo que la publicaré durante el verano.
    Saludos! =)

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  2. Gracias Nienor. Mucho ánimo con la PAU; dale duro. Tolkien y compañía no van a ir a ningún sitio; te estarán esperando ahí para cuando puedas o te apetezca. :-)

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    1. Gracias por los ánimos =) Le daré duro con Filosofía jaja.

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